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Testimonio: “Yo era acumuladora, ¡y es un infierno!”

A lo largo de nuestra, todos vamos guardando algunas cosas que nos recuerdan momentos felices o personas a las que amamos...

Autor: 
Mairem del Río
Istock
24 Mar 2017
Categorías: 
Testimoniales

Pero existe un trastorno psicológico llamado síndrome de acumulación compulsiva que hace que algunas personas almacenen cantidades excesivas de objetos hasta el punto en que éstos dificultan la movilidad en sus viviendas o interfieren en sus actividades cotidianas.

También llamado síndrome de acaparador compulsivo, trastorno por acumulación o disposofobia, este comportamiento se caracteriza por la tendencia a la acumulación de artículos en forma excesiva y la incapacidad para deshacerse de ellos, aún si éstos no tienen valor real o sentimental, son peligrosos o insalubres.

‘Alejandra’, quien pide no usar su verdadero nombre, es una chica de 27 años que vive en la Ciudad de México, acaba de independizarse y gracias a eso descubrió que toda su vida fue acumuladora, así que ahora comparte su experiencia con la esperanza ayudar a otras personas:

“Hace 6 meses por fin me salí de casa de mis papás y fue muy difícil, porque además de juntar el valor y el dinero para independizarme, no me imaginé que la mudanza iba a ser tan pesada. Cuando me tocó empacar me di cuenta de que tenía una cantidad insana de cosas, que no iban a caber en mi diminuto depa. Y entonces se me movió el mundo.

 

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“Sólo me pude llevar lo más indispensable, y dejé lo demás con mis papás. Mi desorden no se notaba, porque ellos también son acumuladores y así viví desde chiquita. Para mí era lo más normal guardar todo: tickets de compra, recibos, boletos del cine, recuerditos de fiestas, regalos de ex novios, ropa vieja, aretes rotos, muñequitos, aparatos descompuestos, ¡todo!

“Cuando empecé a vivir sola, al principio era extraño no tener que brincar o esquivar algo para llegar a mi cama, dormirme sin montañas de cosas encima, tener una mesa dónde comer que no estuviera llena de objetos ramdom… vaya, fue raro tener tanto espacio y libertad de movimiento. Ahí me cayó el veinte de que no necesitaba el 90% de las cosas que tenía, que vivía atrapada entre mis propias cosas y era un infierno, fue un shock.

“Poco después, mi novio se fue a vivir conmigo y sin darme cuenta retomé el habito de acumular: unas servilletas del bar por aquí, unos vasos desechables (pero bonitos) por allá, algunas revistas viejas, etc. El colmo fue cuando él llegó y se tropezó con una enorme bolsa de ropa vieja que yo estaba guardando para ‘hacer algún proyecto DIY’, que llevo años posponiendo, por cierto. Estaba súper enojado y me hizo ver cómo había convertido mi nueva casa en un desastre. Fue cuando supe que el problema era más grande de lo que pensaba.

“No fui a terapia, aunque debí hacerlo, pero sí investigué mucho sobre el tema y llegué a la conclusión de que mi acumulación era un hábito aprendido de mis padres, y que tenía que ver con las carencias que tanto ellos como yo sufrimos en la infancia. Era una forma de guardar lo que caía en nuestras manos porque no sabíamos si después íbamos a tenerlas de nuevo, ¿me explico? De atesorar todo por si después nos hacía falta, tanto lo material como lo emocional.

 

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“Después de leer mucho y pensar, hice una depuración de mi hogar y también fui a tirar todo lo que había dejado en casa de mis papás. Casi se infartan al ver que casi todo se fue a la calle en bolsas de basura. Mientras limpiaba mi antiguo cuarto ellos se quedaron vigilando que no tirara nada suyo y cada vez que tiraba algo trataban de convencerme de no hacerlo.

“La que era mi habitación ya fue ocupada por montañas de cosas inútiles y es difícil ir a visitarlos porque no hay por dónde caminar ni dónde sentarme. Al final es algo en lo que ellos también deben trabajar por su cuenta, he tratado de hacerles entender que tienen un problema, pero no lo toman nada bien y prefiero llevar la fiesta en paz.

“No puedo decir que ya estoy curada de la acumulación, porque todavía lucho con el impulso de guardar las cosas bonitas que caen en mis manos, desde envolturas hasta frascos de café o plumas sin tinta. Tengo que convencerme de que no lo necesito y darme valor para tirarlo, pero ya es un avance”.

 

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