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Revista Veintitantos

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Rincón erótico

"Eres como veneno…"

"Alberto se incorporó en el asiento, yo aproveché para ponerle mis senos en la cara, quería que me chupara, me mordiera"

27/06/2019 | Autor: Rincón Erótico
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Se veía un chico tímido. Más bien lo era. Sus grandes ojos y sus hoyuelos en las mejillas me fascinaban. Esa sutil barba que ensombrecía su rostro me hacía fantasear con que la pasaba lentamente entre mis senos, subía por mi cuello y terminaba besándome con pasión. ¿Por qué me fijé en él? No lo sé, quizá me atrajo su apariencia o lo que proyectaba: inocencia. Pero, ¿realmente sería así? Eso lo tenía que averiguar, necesitaba comprobar que bajo aquella imagen se escondía un hombre apasionado, sensual y varonil.

Si quiero algo o alguien, debo tenerlo. Así de simple. Es más, siempre he sido así, a quien me gusta se lo digo sin rodeos, sin embargo, con Alberto me pasaba “algo” que me frenaba.

Cuando lo conocí, sentí una especie de parálisis. No digo que soy un monstruo sin sentimientos, pero como alguna vez enmedio de una gran pelea Uriel, mi ex, me gritó: “No te comprendo Natalia, eres como veneno… ¡tú sacas lo peor de mí!” Jamás se me olvidó esa frase.

En su momento lo tomé como una ofensa, pero después entendí su significado: yo tenía un poderoso efecto erótico sobre Uriel que lo hacía contraponerse a sus propias ideas, a sus valores, a su sexualidad. No tardé en descubrir ambos lados de su personalidad, estaba el lado que nos hacía tener tremendas peleas que siempre acababan en la cama con un sexo desenfrenado y el que le dictaba que “tenía” que sacarme de su mundo, alejarse de mí. Con las demás personas apenas si nos mostrábamos cariñosos, hasta decían que éramos una pareja muy rara, pero lo que nadie sabía era que en privado Uriel era muy sexual, nada qué ver con la imagen seria de abogado que siempre proyectaba, en la cama me decía:

-“Lo haces muy rico, Natalia, ¿dónde lo aprendiste?”

Rincon erótico 1

 

 

¿Aprender? A mí me gustaba experimentar y por eso nuestros encuentros siempre eran muy variados y excitantes. Alguna vez lo até a la cama, otra lo sorprendí con sexo oral en pleno cine y hasta le había hecho un streptease en su oficina. Yo no aprendía, yo gozaba.

Uriel ya no era parte de mi vida, y me hacía falta ese tipo de sexo salvaje y atrevido, entonces fue cuando apareció Alberto. Lo curioso de que me atrajera es que era exactamente lo contrario a Uriel. Era amable, pero no me daba la confianza para entablar una relación que no fuera más allá de la laboral.  Por eso no me atrevía a proponerle nada, a insinuarle nada.

¿Ya conté cómo fue nuestro primer encuentro? Creo que no. Me contrataron en una agencia de publicidad y desde el primer instante me dijeron que estaría muy en contacto con el departamento de mantenimiento computacional. Ese día él había ido a revisar la lap top de Nora, mi compañera. Cuando lo vi no pude evitar un ligero cosquilleo que me recorrió toda la espalda. Tuve que disimular y fingir que era un hombre común y corriente. Me hice la desentendida cuando levantó la vista y dijo:

-“Hola, soy Alberto”-, mientras me extendía la mano.

-“Natalia, soy nueva aquí”-, respondí estrechándosela y una descarga tan fuerte pasó por mi brazo, que pensé que Alberto me soltaría asustado.

En lugar de eso, sus ojos café se posaron descaradamente en mi escote. Ahí supe que su seriedad era pura pose.

He de admitir que después de dos semanas de trabajo, hacía hasta lo imposible porque Alberto fuera hasta mi escritorio y pasara mucho tiempo conmigo. Yo “descomponía” a propósito mi computadora sólo para verlo, para disfrutar cómo se ponía nervioso cada vez que lo mandaban a checar mi equipo. Implementé todas las artimañas que me sabía: usar escotes, faldas cortitas, coquetearle… pero pareciera que eso no daba resultado.

No estoy acostumbrada a que un hombre se me resista, pero Alberto lo estaba haciendo y no podia comprender el porqué. A veces platicábamos pero hasta ahí. Siempre se mostraba respetuoso, tal cual como Uriel: me mostraba la cara que le enseñaba a los demás, pero yo quería ver la real, la del Alberto hambriento de sexo. Pasaron varios meses sin que el panorama fuera distinto, sin embargo, una noche todo cambió.

Me quedé trabajando hasta tarde, la oficina estaba prácticamente desierta. Estaba escuchando mi iPod cuando sentí que una mano me tocaba el hombro.

Era él.

-“¿Todavía por aquí?”

-“Sí, ¿tú crees? Tengo mucho trabajo”.

-“Espero que no salgas tan tarde…”

-“Yo también espero eso… sólo termino unos diseños y me voy”.

-“Eso me parece perfecto. Si no es indiscreción, ¿vives muy lejos?”

-“No, por la Del Valle… como a media hora ¿y tú?”

-“Fíjate, hasta creo que somos vecinos, yo vivo por el mismo lugar”.

-“¡Mira nada más! Eso sí me sorprendió… agradablemente”.

-“Jajaja, pues si no te ofende, te puedo dar una aventón a tu casa, ¿traes coche?”

-“No, está en el taller… de hecho iba ya a pedir un taxi, pero va, te tomo la palabra”.

-“Ok, entonces, ¿nos vamos?”

-“Te veo en 15 minutos en el estacionamiento”.

¡Cómo me iba a ofender! Bajé al estacionamiento y ya me estaba esperando. Traía puesta una chamarra de piel negra que le quedaba fantástica. Yo traía una falda y tacones súper altos. Puede ver cómo me miraba de arriba a abajo. Llegué al coche y me abrió la puerta.

-“Muchas gracias por el aventón… no sabes cómo te lo voy a agradecer”-, le dije mientras me subía al carro y dejaba que la falda subiera hasta mi muslo.

En el camino platicamos de cosas triviales, nada del otro mundo. Me desesperaba que no me insinuara nada y sin embargo, me devorara las piernas y el escote con la mirada. Podría apostar que quería tocarme los senos, chupar mis pezones y besarme con deseo. Casi íbamos llegando a la esquina de mi casa cuando decidí tomar las riendas:

-“Date vuelta a la izquierda”.

Él se sorprendió un poco pero obedeció.

-“Es más fácil llegar por aquí”, le dije mientras desabrochaba el primer botón de la blusa.

Alberto continuó manejando, cuando sin avisar puse la mano sobre su entrepierna. Volteó a verme justo cuando empezaba a sentir la dureza de su pene.

-“Sigue manejando”, le ordené.

Rincon erótico 2

 

 

En un sólo movimiento bajé su zipper e introduje la mano. Pude tocar esa cálida y suave piel. Lo sujeté con firmeza y comencé a subir y bajar mis dedos alrededor de su miembro. Sentía cómo se ponía cada vez más y más duro… quería comérmelo. Alberto dejó escapar un leve sonido y sin más detuvo el coche. Casi de inmediato busqué su boca. Él me respondió con la misma intensidad, hundía su lengua con un ritmo entre frenético y desesperado. Metí mis manos por debajo de la chamarra y pude sentir su pecho palpitar agitadamente, recorrí su espalda y la arañé suavemente. Su barba medio crecida recorrió mi mejilla y mi cuello, mientras su mano buscaba mi seno, lo sacó de mi blusa y apretó mi pezón erecto.

Sin pensar bajó su rostro y empezó a chuparme, me mordió ligeramente al tiempo que con su mano buscaba mis muslos. Sus dedos lentamente subieron entre mis piernas hasta llegar a mi clítoris. Deslizó a un lado el panty y comenzó a acariciarme.

-“Me encantas, Natalia… desde que te vi tenía ganas de esto”.

-“Y tú a mí te me antojas muchísimo”, le dije mientras mi mano tocaba su pene grande y duro a través del pantalón.

-“¿Ya viste cómo me pones?”

-“Y aún falta lo mejor… pásate para atrás”-, le ordené mientras brincaba el asiento hacia la parte posterior del coche.

Seguí besándolo y buscando su pene, realmente quería hacerlo en ese instante, la adrenalina de ser descubiertos era lo que más me excitaba, me ponía muy caliente pensar que cualquiera podía pasar por la calle y cacharnos. Era una sensación única. Además, había comprobado algo: la verdadera personalidad de Alberto era ésa, estaba revelándose como un maestro a la hora de tocarme, de chuparme, de hacerme vibrar.

-“Eres muy candente… me excitas muchísimo”, dijo mientras su dedo entraba y salía de mi vagina.

Alberto se incorporó en el asiento, yo aproveché para ponerle mis senos en la cara, quería que me chupara, me mordiera, me metiera su pene… de repente bajé su pantalón. Ver su miembro grueso, firme… me prendió aún más. Tomé su pene y lo llevé a mis labios. Un exquisito sabor salado llenó mi boca, lo sentía palpitar, pude sentir cómo se endurecía cada vez que mi boca lo acariciaba. Mordí ligeramente la punta, recorrí con mi lengua todo su miembro, quería saborear cada milímetro de aquella piel tan suave y deliciosa. De pronto sentí un poco de su semen en mi lengua, él agarraba con fuerza mi cabello, mientras sus gemidos se hacían cada vez más fuertes.

-“Sí, así Natalia… me encanta cómo me lo haces”.

Sus palabras me obligaban a succionar con más fuerza su pene. Con la punta de mi lengua hacía círculos sobre su glande, realmente disfrutaba chuparlo, saborear ese néctar. Quería que se viniera y dejar que su semen inundara mi boca. Pero justo antes de que lo hiciera me detuve. Alberto se sacó de onda cuando le dije:

-“Ya vámonos”.

Apenas se pudo medio acomodar el pantalón pero me hizo caso.

Llegando a la puerta de mi casa, todavía con el rostro enrojecido, me comentó:

-“Natalia, yo usualmente no soy así… pero me pasa algo contigo que con nadie más he experimentado. Todos estos meses ha sido una tortura no tenerte cerca… no sé qué me pasa… me vuelves loco”.

Esas palabras me sonaban conocidas, creo que tenía la misma influencia en Alberto como en Uriel. Eso me llenaba de una secreta satisfacción.

-“Yo sí sé qué te pasa: despierto tu lado más oscuro, el que te gustaría mostrarle a todo el mundo… me vas a decir que te convierto en alguien que no eres, ¿cierto?”.

-“De hecho despiertas a la bestia que hay dentro de mí…”

Sólo respondí con un gesto coqueto y de complacencia. No era la primera vez que me decían algo por estilo.

Bajé del auto, cerré la puerta y no volteé a despedirme. No tenía caso. Sabía que muy pronto Alberto me diría: “Natalia, eres veneno… sacas lo peor de mí”.

 

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