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Revista Veintitantos

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Un maestro en la perversión

Un maestro en la perversión

"Sus labios cubrieron por completo los míos y su lengua encontró de inmediato la mía. Con su boca empapada de mi saliva y la suya comenzó a recorrer mi mejilla, coqueteando un rato con mi oreja y estacionándose en mi cuello"

04/04/2019 | Autor: @20s
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Dos de la madrugada y yo seguía en la casa de Santiago, mi profe de cine. El 10 años mayor que yo. El casado. Mi favorito.

Su mano, que llevaba varios minutos descansando sobre mi rodilla izquierda, ahora jugaba pellizcando la tela de mi pantalón y comenzaba a acercarse amenazadoramente a mi muslo.

Los demás compañeros de la uni que habían sido invitados a la reunión en casa del profe, ya habían desistido y habían regresado a sus casas. Yo había mentido, pues mi mamá creía que dormiría en casa de una amiga  esa noche, cuando, en realidad, seguía ahí, tentando al destino.

12 cervezas y cuatro shots de tequila después, cambiamos el patio y el cielo nublado por la sala de su casa y el sillón, que seguramente había comprado con su esposa, también maestra de mi carrera, quien ese semestre estaba de viaje en Europa.

Pero ella no tenía de qué preocuparse... yo estaba dispuesta a cuidar de su esposo.

Desde la computadora sonaba una balada de rock en español de Caifanes, su grupo favorito de los ochentas. La canción sonaba a todo volumen, excusa perfecta para que él se inclinara peligrosamente a mi oído.

Su aliento cálido en mi oreja, su mano en mi muslo, mi entrepierna mojada.

Cuando tocó el coro de la canción, se envalentó y me robó un beso.

En el salón de clases, siempre había imaginado cómo sería besar esa boca grande y carnosa.

Rincón erótico 2

 

Sus labios cubrieron por completo los míos y su lengua encontró de inmediato la mía. Con su boca empapada de mi saliva y la suya comenzó a recorrer mi mejilla, coqueteando un rato con mi oreja y estacionándose en mi cuello.

Se sorprendió al sentir mi mano en su entrepierna. Me di cuenta porque se sacudió en su asiento, interrumpió los besos y me volteó a ver con sus enormes ojos negros.

Supongo que no se imaginaba a la alumna de dieces, a la que siempre levantaba la mano en clase, a la santurrona, ávida por abrir su pantalón y estudiar de fondo a su profesor.

Entonces, tal vez probando qué tan lejos estaba yo dispuesta a llegar, comenzó a desabotonar tímidamente mi blusa, la negra semitransparente y con escote, la cual había elegido estratégicamente para esa noche.

-¿Se puede?, me preguntó como quien pide permiso y ya sabe la respuesta.

Con la blusa a medio abrir, se asomó mi bra y eso fue suficiente para que su entrepierna se abultara en un segundo. Yo la seguí acariciando y presionando para alcanzar a sentir la forma de lo que en ella se escondía.

Hundió su cara entre mis senos y se ahogó en ellos, besándolos eufórico.

-¡Son enormes! Están deliciosos, dijo mientras los lamía y los sacaba con torpeza del brasier.

Apenas me iba a aventurar a bajar el ziper de su pantalón, cuando enrabiado me levantó del sillón y me empujó sobre la pared. En un solo movimiento, bajó mis jeans y mis calzones de un jalón, se puso de rodillas, abrió mis piernas y sentí su lengua penetrando mi vagina.

La recorrió toda, desde mi clítoris en el norte hasta el final de mis labios en el sur. La mojó con esos labios que le pertenecían a alguien más, pero en ese momento, sus labios me estaban haciendo gemir como nadie nunca lo había logrado. Tal vez era el peligro que envolvía nuestro encuentro, o quizás el delicioso remordimiento de tener su lengua entre mis piernas mientras la foto de su esposa se asomaba desde el pasillo para vernos pecar en su propia sala mientras yo me acercaba cada vez más al clímax y mis gemidos cada vez más a alaridos.

Sentí como mi clítoris se hinchaba más y más con cada roce de su lengua y cuando lo apretaba intensamente con sus labios. Levantó los brazos y me bajó más el brasier para tomar mis senos en sus manos. Su lengua saboreó mi vagina hasta que mi clítoris no pudo más y reventó en un orgasmo. Se levantó con la boca empapada y de la mano me llevó a la recámara.

Desde mi lugar en su cama matrimonial, podía ver otra vez el rostro de su esposa, en una foto en blanco y negro en su buró. Pero eso, en vez de asustarme, me calentaba aún más. Saber que esta era una oportunidad única, de tiempo limitado. Este hombre no estaba disponible, pero esa noche lo tenía sólo para mí.

Se quitó su playera y yo aventé la mía al suelo. Acostados uno a lado del otro, comenzó a besarme de nuevo, mi mano una vez más, exploraba su entrepierna por encima de sus jeans, hasta que él decidió por mí, abrió el ziper y sacó su pene.

-¿Lo quieres besar?

Y sin darme la oportunidad de responder, empujó mi cabeza hacia su pene.

Mojé mis labios y besé sólo la punta. Sus gemidos subían de volumen al mismo ritmo en que yo iba abriendo la boca poco a poco, cada vez llenándola más con el miembro completamente tieso.

Con la punta de la lengua lo recorrí de arriba a abajo, asegurándome de cubrirlo todo con mi saliva y acostumbrándome rápidamente a su sabor. Podía identificar las venas de su pene con mi lengua, aun sin verlas. Lo metí todo en mi boca, hasta que mis labios tocaron sus testículos y la punta de su pene rozó el inicio de mi garganta. Me ahogué un poco y él soltó un gemido grave. En cuanto lo saqué de mi boca, Santiago se incorporó, me tumbó en el colchón y lo soltó todo entre mis senos, dejando manchas blancas sobre mi bra negro.

Rincón erótico

 

 

Fui al baño a limpiarme el pecho, pensando que la fantasía había llegado a su fin, pero lo prohibido hizo del encuentro un manjar irresistible y Santiago no tardó ni dos minutos en recuperarse. Abrió la puerta del baño y me encontró inclinada sobre el lavabo, revisando mi reflejo. Sin cruzar una palabra, sin pedir más permisos, me tomó de la cintura para empinarme aún más y con sus manos abrió mis nalgas y embistió.

Mientras yo gemía a gritos su pene se introducía aún más y Su mirada se clavó de inmediato en el espejo, donde podía ver mis senos rebotando con cada movimiento suyo. Puso sus manos sobre ellos y con sus dedos índices y pulgares pellizcó mis pezones.

Sentí como mi vagina empezó a escurrir. Dejó una mano en un seno y la otra la bajó para revisar lo que sucedía en mi entrepierna. Comenzó a jugar con mi clítoris y mientras más rápido movía sus dedos, más se escuchaba cómo salpicaba mi vagina.

Aceleró el ritmo. Apretó mis senos y de un golpe dejó salir todo su líquido. Podía sentir cómo llenaba mi vagina y cómo, al sacar su pene, algunas gotas escurrieron entre mis piernas.

Hace ya cuatro años de ese encuentro. Su esposa regresó de España y, sin sospecha alguna, retomaron su vida desde donde la dejaron. Yo me mudé a la Ciudad de México. Jamás volvimos a hablar de aquella madrugada.

El año pasado, tuvo a su segunda hija y, en mayo, yo volví a la universidad para recoger mis papeles.

Lo busqué en el estudio de TV y ahí estaba, en una de las nuevas cabinas de grabación.

No me esperaba, pero disimuló la sorpresa incómoda con una sonrisa y me dio el tour del espacio recién remodelado.

Adentro de una de las cabinas del fondo, lo arrinconé en la pared. Ahora, era yo la que tomaría el control. Ahora, era yo la que daría las lecciones.

-Bésame, le ordené. Y cumplió.

Busqué su entrepierna con mi mano y no tardé en encontrar aquel bulto ya familiar queriendo salir de sus jeans.

Me voltee, subí mi falda y me empiné sobre los controles de audio.

Hizo a un lado mi calzón y sentí como su pene se abría paso entre las paredes de mi vagina. Aunque intentaba enmudecer mis gemidos por temor a ser descubiertos, no lo logré. Esperaba que nuestros ruidos se camuflajearan con las voces de los alumnos que esperaban afuera del salón.

Llegamos al clímax y ambos dejamos salir un fuerte gemido, que se sincronizó a la perfección con el escandaloso timbre de entrada.

Salvados por la campana.

 

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