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mire al espejo relato erótico

Miré al espejo

"Tu piel, luce como un delicioso manjar a punto de ser devorado"

09/01/2020 | Autor: Z. García
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Cerrando los ojos, me di cuenta lo que era… y lo que pasaría. Su voz, intensa y suave a la vez, cubrió toda la habitación, apoderándose también de mí.

Era media anoche, con un cielo inundado de estrellas, y una hermosa luna menguante que adornaban el firmamento; serían mudos testigos de aquello tan excitante, tan innombrable, tan sublime que me ocurriría ahí, justamente en mi cuarto.

Lo había soñado. Tal vez no sabía su nombre, pero él sí el mío. Podía sentir su mirada en mi cama desvaneciéndose, al despertar cada mañana, como si me hubiera vigilado…. resguardado mis sueños. Al ducharme, era como si el agua caliente fueran sus manos, recorriendo y acariciando mi piel desnuda, cubriéndome con su aliento hecho vapor intoxicándome de placer enloquecedor e infinito.

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La brisa de la noche ondeó la cortina de terciopelo turquesa con bordes dorados, encima de la ventana. La tela apuntaba hacia mí, como queriendo hablarme… avisarme de lo que estaba a punto de pasar.

Algo invadió mis pensamientos. No pude controlarme. Sentía la necesidad de abrir los ojos ya. Voltee la cabeza, y lo encontré frente a mí. Su mirada me atrapó al instante al advertir sus ojos esos ojos tan profundos, tan plenos, tan llenos de vigor, tan masculinos… que podía sentir sus intenciones, incluso desde el otro lado de la habitación.

-Tu piel, luce como un delicioso manjar a punto de ser devorado.- Me dijo.

Yo estaba paralizada. Mi cuerpo no me respondía. Todos y cada de los músculos que lo componía, me traicionaron, quedándose quietos, sin vida. Estaba totalmente indefensa, a su merced, solo vibrando expectante, inmóvil… deseosa. 

-No tengas miedo, mi hermosa doncella. Yo convertiré ese dolor en un gran placer…

Quizá en otro momento, quizá en otro lugar… quizá si trajera un arma podría utilizarla y salir corriendo, gritar. Pero no, no ahora. Imposible. Él caminaba lentamente; sus pasos eran majestuosos, elegantes gallardos en su simpleza. Su traje era una armonía perfecta de de tela negra, camisa blanca y gasné color rojo sangre, perfectamente abrochado y anudado. Como deseé haber sido yo quien lo hubiera hecho!!

 

-Entrégame tus pensamientos, Gabriela…- demandó gentilmente. Por toda respuesta, solo pude balbucear. -…y serás mía eternamente.

Sentí como cada célula de mi cuerpo, cada poro de mi piel, me exigían sus caricias. No podía huir. Cada paso que daba hacia mí, me sacudía por dentro, igual que el viento a la frágil hoja de flor sobre el suelo. Seguía inmóvil. Lo deseaba; no sabía por qué, solo lo deseaba cada vez más a cada instante.

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Él me sonrió. Se dió cuenta... tal vez leyó mi mente. Desde ese momento, ya era suya.

¡Qué excitante! Mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza, que se estrellaba en mi pecho, buscando salir hacia él.

-¿Qué me vas a hacer? Creo que dije apenas, cerrando los ojos nuevamente.

-Ya te lo dije…- respondió. La vibración del sonido, y su enervante aliento, refrescaron mi rostro. –… te voy a hacer mía.  

Mi respiración era automática. Se había convertido en el desbocado galope de un caballo salvaje, avanzando sobre una pradera infinita. Cada jadeo, cada bocanada, se desbocaba por mis venas. Mi cuerpo empezó a sucumbir a los más intensos deseos que alguna vez, en alguna noche obscura y lejana de mi vida, imaginé tener, y que este hipnótico, intenso, atrayente, y elegante ser, habría logrado manipular como si fueran suyos; cómo si fuera él el autor de ellos.

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De repente, no se oyó nada, no hubo nada, no sentía nada. Era como si hubiera entrado súbitamente en una dimensión desconocida. Un limbo estéril, sin vida. Me sentía perdida dentro de mí misma, sola.

¡Qué sensación tan horrible! ¡No la quería, no! En tan solo unos instantes, la idea de la soledad se transformó en una imagen despiadadamente insoportable.

Abrí los ojos, para  buscar una explicación, y lo que ví, fue un dormitorio con un vacío repugnante, como si él nunca hubiera estado ahí.

La cortina estaba inmóvil en la ventana. “¿Qué pasó?” “¿Dónde está?” Increpaba en silencio, como si el aire me escuchara y fuera a contestarme. Me abracé a mí misma por los hombros, presa de terror, por creerme abandonada.

Incliné un poco la cabeza. Un frío inexplicable empezó a sentirse ahí. No, no era por el clima, era por sentirme tristemente despreciada en un lugar que yo conocía.

“¡¿A dónde fue?!” grité en silencio.

-Aquí estoy.

Su voz me sacudió nuevamente. Mis brazos se abrieron un poco. Con solo oírlo, se hizo nuevamente presente ese hermoso calor de alivio al saber que él estaba junto a mí otra vez.

Mi amante de la noche, poderoso hechicero de sombras, jugueteaba perfectamente con mis más sublimes emociones. Era ya el propietario  de mi mente, y administrador de mis pensamientos. Qué hermosa… ¡qué hermosa sensación de estar en sus dominios! Estaba protegida ahora por alguien que podía llevarme al éxtasis en cualquier momento. Alguien que podía llevarme a creer que el tiempo había dejado de existir con tan solo hablarme, con tan solo decir mi nombre.

-Gabriela…- Volteé la cabeza para apreciar su rostro. Mi boca se entreabrió sin decir nada, pero queriendo decirlo todo. Lo ví tan tranquilo, con sus facciones perfectamente acomodadas en el suyo. Su nariz era perfilada, y debajo de ella, se encontraban unos labios tan finos y perfectamente delineados que eran capaces de saborearme con la pasión desbordada de un león sobre la carne fresca. Anhelé que lo hiciera… que fuera yo la mujer que lo saciara más allá de lo posible, y qué él se marchara tranquilo, fresco, después de haber degustado cada centímetro de mí. Sus ojos marrones me atravesaban por dentro, como una lanza que surca el aire, para encajarse dentro de mi alma. Quizá él ya se habría adueñado de ella.-…serás mía. Esta noche, tendré tu cuerpo.

El espacio, el tiempo, y la distancia no eran límites que pudieran detenerlo. Ni importaba a dónde fuera; él se aparecería en cualquier parte siempre, prácticamente omnipresente, casi con tan solo pensarlo. Sería eternamente suya, sin importar nada más.

Supe que estaba detrás de mí. Sus manos tomaron mis caderas, recargué mi espalda en ss pecho, arqueándola para estirarme y cubrir más de él. Sus dedos se aferraron más. Mis mejillas se entibiaron. Podía sentir mi propia sangre corriendo velozmente por todo mi cuerpo.

-Qué esta noche, ¡se convierta en un eterno presente!- conjuró.

De repente, un viento entró por la ventana, como un intruso. Mi mente se nubló, todo me dio vueltas. Sabía dónde estaba, pero no podía razonar. La lógica que conocía, la misma con la que cualquier ser humano normal utiliza para descifrar la realidad para poder vivir en ella, se disipó completamente. Por un instante, lo único que pude percibir fueron luces depositándose en mi pecho, traspasándolo, buscando dentro de él, el lugar perfecto para anidarse.

Entonces, mi amante de la noche dueño de la obscuridad, me sujetó por un costado con su brazo izquierdo. No opuse resistencia. Mi voluntad estaba rendida. Lo disfrutaba. El saber que siempre estría protegida de ahora en adelante, me hacía renunciar a mí automáticamente, sabiendo que mi cuerpo sería complacido. Su mano derecha empezó a recorrerme el otro lado. Sus dedos ascendían decididos, disfrutando cada parte de mi piel en su camino, mientras mi sangre los acompañaba por debajo de ella. Era un viaje sin retorno, sin frenos ni señales que lo interrumpieran.

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Mi cabeza se recargó en su hombro, desmayando con ella todo mi lado izquierdo sobre su regazo, sincronizándose con ese mismo lado de su cuerpo. Se brazo derecho entró en escena para ayudar a sujetarme. Porque yo ya no… ya no sabía de mí. Ya no era dueña de mi misma. Era solo un corazón palpitante, y un cuerpo suplicante de deseo. Me había hechizado.

Absorbiendo tan fuertemente como pude el aire a mi alrededor, pronuncié los últimos sonidos que recuerdo hacer hecho voluntariamente esa noche:

-Llévame a la eternidad…

Su boca descendió, permitiendo que sintiera su aliento. Mi cuello estaba expuesto.

-Mi hermosa doncella,- dijo tiernamente. –eres única. Jamás te arrepentirás de esto…

Mi sangre cosquilleaba al sentir que sus labios se levantaron, acercándose cada vez más, casi hasta rozar encima de mi yugular.

-Tu sangre está tibia…- dijo. Es porque pide a gritos que sea bebida por mí.

Sentí sus dientes….

Sentí como si una gota…

Cumplió su promesa. Convirtió el dolor en placer, y mi cuerpo reaccionó sin mi permiso, sin inhibiciones, ni culpas, ni remordimientos, sellando un pacto en el que, desde entonces, él viene para hacerme suya a base de los más increíbles regocijos que pueda sentir.

Miro el reloj. Ya casi es media noche…

El deseo está comenzando a nacer dentro de mí, avisándome que viene…

Que ya está aquí.

Escucho su voz:

-Gabriela, esta noche, tendré tu cuerpo…

Y así siempre…cada noche… por toda la eternidad…

 

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