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Revista Veintitantos

Mi primera segunda vez

Me confesó que le estaba gustando tanto, que no podía siquiera escuchar mis gemidos...

Mi primera segunda vez
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10/01/2019 | Autor: Anónimo
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Habíamos salido por un par de meses y la relación se estaba volviendo seria, aunque yo no quería admitirlo… No me gustaban los compromisos y no quería tener un novio en ese momento pero, indudablemente el sexo era fantástico, un motivo por el que no podía dejarlo ir.
Cada vez que nos acostábamos era verdaderamente maravilloso, nos complementábamos súper bien, teníamos muchísima química.
Al principio recurríamos a las posiciones usuales, pero un par de semanas después comenzó a presionar mi ano cuando me colocaba sobre él. Lo hacía mientras llegaba al clímax y me volvía loca.
Aún no sabía si estaba lista para tener sexo anal, pero sí sabía que lo deseaba, aunque me daba vergüenza y un poco de temor por todas las cosas que había escuchado antes sobre el tema. Sin embargo, yo nunca le decía que se detuviera y con el paso de los encerronas comenzó a meter un poco su dedo, cosa que tampoco le prohibí.
Una noche mientras lo hacía, me miró directamente a los ojos y me preguntó si me gustaba. De primer momento no supe responderle, me detuve, era obvio que me fascinaba, pero él quería escucharlo de mi boca. Me agaché y le susurré al oído: “Me encanta, lo sabes”. Su respuesta fue preguntarme si quería que introdujera su sexo ‘por ahí’.
Pensé que ese momento en nuestra relación todavía tardaría en llegar, pero lo esperaba con ansias, ambos lo hacíamos. Esa pregunta me hizo alcanzar el orgasmo más intenso de mi vida, pues el simple hecho de pensar cómo se sentiría su pene en una zona desconocida para mí hizo que mi cadera sintiera un cosquilleo que me recorrió todo el cuerpo, como electrificando un circuito.
Lo hablamos y él parecía ser todo una experto en el tema. Una parte de mí comenzó a sentir celos porque pensé en todas las mujeres a las que había enamorado solo para conseguir sexo anal. Sin embargo, un comentario me sacó de mi error, pues admitió que nunca lo había hecho antes pero sabía que yo era La Mujer con quien quería intentarlo por primera vez, que yo era la indicada… En ese momento la sensación del último orgasmo me recorrió fuertemente toda la espalda y mi deseo creció monumentalmente.
Finalmente, decidimos que comenzaríamos de poco a poco la experiencia. Esa noche me preparé, me sentía como una adolescente que no sabe qué esperar, pero a la vez me sentía como una mujer poderosa, segura y, sobre todo, deseada.
Llegó la hora y debajo de mi ropa tenía una sexy lencería nueva de encajes y listones, comprada especialmente para la ocasión.
Comenzamos como siempre pero había algo diferente en el ambiente: todo era dulce y tierno, no como el deseo desenfrenado que antes nos hacía arrancarnos la ropa e ir al grano. Ahora nos disfrutábamos de una manera diferente, saboréandonos lentamente.
Estaba sobre él cuando su dedo, lleno de lubricante, comenzó a hacer círculos sobre mi ano, la sensación era inusual pero me dispuse a no pensar y a dejarme llevar por el placer que comenzaba a recorrerme la espalda. Poco a poco, su dedo comenzó a introducirse en mí.
No puedo decir que entró por completo, pero sí puedo jurar que me provocó uno de los mejores orgasmos de toda mi vida, de hecho puedo decir que fueron dos a la vez pues nunca dejó de penetrarme.
Hablamos del tema un poco más y a los pocos días que nos volvimos a ver hicimos exactamente lo mismo, solo que en esta ocasión, cuando estaba a punto de arrojarme al clímax, se detuvo.
Tal vez mi rostro le indicó más enojo que sorpresa, él sonrió, sabía que había parado justo donde él quería.
“Gírate”, me pidió dulcemente para después tomarme de la nuca y besarme apasionadamente.
Quedé recostada de lado, sintiendo cómo su torso se pegaba a mi espalda y me besaba el cuello y la oreja. Mientras lo hacía, sus manos manipulaban hábilmente la botella de lubricante con el que llenó sus dedos.
El momento estaba, según yo, por llegar, así que me relajé y me entregué completamente a la experiencia, le deseaba, quería que sucediera lo más pronto posible, ardía por ella.
Sentí como su mano seguía masajeando mi zona y poco a poco su dedo comenzó a introducirse, despacio, recto, para luego comenzar a moverse. Debo admitir que fue un poco doloroso hasta que me relajé por completo y me dejé llevar. Su dedo se movía dentro de mí, suavemente, consciente de que podía lastimarme. Ese orgasmo no fue espectacular como lo fueron los anteriores, pero la sensación física y mental que me provocó me hizo querer llegar con desesperación al siguiente nivel de una vez por todas.
Con el paso de las semanas y los encuentros, fuimos perfeccionando la penetración con su dedo, cada vez se hacía más placentero.
Yo lo quería todo, pero las dosis que él me daba estaban fríamente calculadas para mantenerme a la expectativa. Hasta que por fin llegó el día en el que accedió a penetrarme como tanto se lo había rogado.
Comenzó estimulando mi zona anal tal y como siempre lo hacía con sus dedos, mientras yo estimulaba a la vez mi zona “V”. Cuando llegó el momento, en el cual yo estaba tan relajada como prendida, se puso el preservativo y lo llenó de lubricante.
Empezó a introducir su miembro en mí, suavemente, con empujoncitos ligeros combinados con movimientos circulares hasta que la cabeza del pene entró completamente, con seguridad puedo decir que la parte restante de su miembro entró mucho más fácilmente en mí.
Los movimientos comenzaron a tornar más agresivos, pero de una manera deliciosa. Se me enchivaba la piel y mi excitación comenzaba a aumentar exponencialmente.
Sin que saliera de mí, me coloqué en cuatro, “Wow, me encantan tus nalgas”, fue lo único que dijo antes de continuar con los movimientos hacia adentro y hacia afuera, sin salir por completo de mi cuerpo y a un ritmo constante. Se sujetaba con fuerza a mi trasero, rodeándolo con ambas manos. Yo seguía sin descuidar mi clítoris, perdiéndome en el placer de tantas sensaciones juntas.
Sus embestidas se detenían súbitamente y las retomaba de vez en vez, lo que me hizo pensar para mis adentros que tal vez también le dolía, aunque yo ya lo había superado. Hubo un momento durante el acto en el que mi cerebro se desconectó y abandonó mi cuerpo ante la sensación de orgasmo. Puedo jurar que sentí como si un relámpago atravesara mi columna vertebral y me obligara a arquear la espalda, llenando mi cuerpo de contracciones; además de dejar un ligero cosquilleo en mis extremidades que duró varios segundos… recordándome que lo que acababa de suceder había sido espectacular. Después me confesó que tenía que detenerse para no terminar, porque le estaba gustando tanto que ni siquiera podía escuchar mis gemidos y gritos de placer. 

 

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