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Masaje sexual

Masaje erótico

"Mis manos sobre sus hombros lo presionaban pidiendo más, exigiendo más profundidad"

07/05/2020 | Autor: @20s
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Bata blanca, mis glúteos sobresalen, mis senos buscan escapar de su prisión presionando el cierre de mi único vestido. Ligero blanco, medias y tacones son mi outfit para trabajar: soy masajista erótica.

Ningún cliente es igual, algunos solo quieren que los escuche, otros quieren sexo salvaje, otros quieren tener sexo suave y cursi, pero mi favorito siempre es el que toma el control, el que disfruta mi cuerpo, ese cuyo único objetivo es hacerme llegar al clímax.

Aunque no lo crean, hay cosas que no pensé que me gustarían hacer, el sexo anal es una de ellas, así que siempre me negué a ello, hasta que conocí al señor K.

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Las primeras veces todo fluía normal, sin embargo, fluía mejor que con otras personas; con el paso de los meses, sus visitas se fueron haciendo cada vez más frecuentes, más largas y más intensas; después de que se iba me quedaba acostada pensando cómo sería tenerlo en mi cama todas las noches, no en la camilla de masajes, en mi cama.

Pero vayamos más atrás, la primera vez que llegó al negocio todas nos paramos en fila para que escogiera, fue mirando una a una a los ojos, examinando su cuerpo… hasta que llegó a mí, solo me miró a los ojos y masculló “Es ella”. Me tomó de la mano y fuimos a mi cubículo donde me pidió que le diera los mejores minutos de su vida.

Su mirada, su olor, su cuerpo tipo dad bod y la sensualidad con la que tomó mi mano me tenían hipnotizada. Tuvimos sexo por primera vez, él tomaba el control de qué posición quería, el ritmo de las arremetidas contra mi cuerpo que solo podía dejarse llevar y no pensar en el trabajo.

De ese estilo fueron nuestros primeros encuentros.Después de un par de sesiones me pidió que me pusiera una bata de seda y un ligero negro con un corsé del mismo color, esa tarde fue más intenso, me susurraba al oído como quería que me moviera, tomaba mis muñecas para que no pudiera moverme. En las sesiones siguientes sus peticiones iban desde recibirlo desnuda por completo hasta amarrarme y vendarme los ojos; mis gritos de placer comenzaron a ser más notorios.

Hasta que llegó la mejor noche de mi vida, me pidió vernos fuera del trabajo, que rompiéramos las barreras de lo laboral y saltáramos a algo personal. ¿Cómo hacerlo? La verdad es que moría de miedo, no sabía que decir y no sabía que esperar de su vida personal.

Al llegar al restaurante se portó súper caballeroso conmigo, desde levantarse cuando llegué hasta abrirme la silla. Se notaba nervioso, yo lo estaba también, pero creo que no era tan notable como en el señor K. Así que le sugerí que inventáramos otras vidas, aquellas exitosas que nos hubiera gustado tener, y eso fue lo que hicimos.

Él era un exitoso publicista, el mejor creativo que todas las agencias querían tener; yo era una famosa bailarina de ballet, viajaba por el mundo con haciendo audiciones en las compañías más espectaculares. Reímos mucho durante toda la cena por la cantidad de tonterías que inventamos.

Su hipnótica mirada seguía teniendo el mismo efecto en mí, me excitaba demasiado cuando me miraba directamente, esa noche no fue la excepción, prácticamente tuve que rogarle porque me llevara a la cama e hiciera mis fantasías realidad.

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Llegamos a un hotel, era más de lo que esperaba, el lugar era lindo; me pidió que le diera un masaje como siempre lo hacía, toque cada parte de su cuerpo, tenía ganas de montarme en él, pero me contenía, algo me decía que debía esperar a que el señor K me diera la indicación.

De pronto se colocó boca arriba y supe que era mi momento, introduje su miembro duro en mi boca y comencé a hacerle sexo oral mientras le daba un masaje en los testículos. Lo miré a los ojos, él me miraba, supe que tenía el control de la situación y aproveché cada felación para que disfrutara. Al mismo tiempo mi cuerpo comenzó a pedirme que lo tocara, así que dejé de masajearlo y comencé por estimular mi clítoris con los dedos al ritmo en que introducía y sacaba su pene de mi boca.

Me tomó de la cara y me besó apasionadamente, podía sentir como mi espalda se enchinaba de placer con solo un beso. Fui subiendo para montarme en él, pero a la par que me besaba me agarró por la cadera y me colocó a su lado y con un ligero empujón de su mano me indicó que siguiera estimulando mi sexo con su boca.

De repente, cuando creí que la noche podría no resultar en lo que pensé, sentí sus dedos húmedos introduciéndose en mi vagina, fuertes, decididos y con un movimiento lento a la vez; mi espalda se arqueó, mis ojos se cerraron y me dejé llevar. Una parte de mí quería recostarse y disfrutar, otra, a la vez quería darle el mismo placer con la boda que él me daba con sus dedos dentro de mí.

Se sentó, y por fin pude sentarme en él, tener su pene duro y erecto dentro, esperamos unos instantes sin hacer nada, besándonos suave, explorando nuestros cuerpos por medio de la boca, sus manos bajaron de mis hombros, poco a poco, hasta mi cintura, las yemas de sus dedos se encajaron un poco en mi piel, un poco más de fuerza y comencé las embestidas lentas, en círculos, de arriba abajo, adelante a atrás… más rápido, más intenso.

Mis manos sobre sus hombros lo presionaban pidiendo más, exigiendo más profundidad. De repente su cara se transformó en la de un hombre decidido, el señor K disfrutaba con solo verme disfrutar, decidí dejarme llevar por el placer y olvidar que tenía que satisfacerlo, era mi noche… hoy no era su empleada, él era el mío.

Me liberé de la penetración unos segundos antes de tener un orgasmo, lo sentía venir, pero me contuve, estaba segura que la espera valdría la pena. No le permití moverse, mientras me giraba, dándole la espalda, lo dejé que me penetrará, no sin antes escupir sobre su pene y presionarlo un poco con mis manos mientras éstas subían y bajaban primero rápido, luego lento.

Mi trasero quedó completamente a su disposición, mientras yo me sostenía de sus tobillos para que mi zona V se estimulara por completo en su cuerpo. Una de mis manos corrió a su ingle y la acarició con dulzura, sus manos hacían lo mismo en mis nalgas, pero yo quería más, quería que se aferrará a ellas, que fueran su camino al Nirvana; su cadera se movía porque quería más de lo que podía darle, así que detuve el movimiento de mi cadera para que él fuera quien me penetrara a su antojo, a su ritmo, a la profundidad que más placer le diera.

Se inclinó para apoyarse de mis senos y poder atraer mi cuerpo hacía el suyo, me fui levantando hasta quedar completamente sentada, sus manos eran mi único apoyo para no caer. Me atrajo hacía su cuerpo, su pecho rozaba con mi espalda, sus labios besaban mi cuello, mordían mis orejas.

Seguía embistiéndome, escuchaba como un pequeño gemido salió de su boca, uno más fuerte. “No te detengas”, le exigí con la voz entrecortada. Una de sus manos se dirigió a mi clítoris, sus dedos giraban fácilmente con la humedad de mi cuerpo. Cerré los ojos, no podía pensar en otra cosa, sus gemidos se hacían más intensos, más fuertes, quería que los escuchara y se acercaba a mi oído para asegurarse.

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Tenía ganas de gritar, lo supo, no sé cómo, “Grita o me detengo”, exigía. Me tenía completamente en sus manos, un grito, un gemido, gemido, grito, grito, gemido, salían de mi boca mientras un escalofrío salía de entre mis piernas y se extendía por todo mi cuerpo mientras él hacía lo mismo.

Mi mano, contraria a la que él tenía en mi entrepierna fue directo a la suya, seguía ronroneando en mi oído. Jalé sus testículos gentilmente, sentí como su espalda se puso derecha, su frente se recargó en mi espalda y susurró algo que no alcancé a entender.

Me empujó, su pene salió de mi cuerpo, aún estaba debajo de mis nalgas cuando sentí que eyaculaba nuevamente, con una mano intentaba tomar el control de su segundo orgasmo, con la otra se aferraba a mi trasero. Él tuvo un segundo orgasmo, el segundo mío fue mental hasta que sentí como de mi cuerpo escurría su tibio semen, como sus dedos lo embarraban por mi trasero y lo usaban como lubricante para penetrarme nuevamente.

Sus dedos se movían lentamente, no había prisa, entraban y salían por más, hacían una escala en toda mi zona externa antes de volver a entrar, hasta que tomé su mano y ambos tocamos mi cuerpo con ella hasta que llegué a mi tercer clímax. Más suave, sin gritos, solo gemidos suaves y entrecortados que seguían el ritmo de las contracciones que sufría mi cuerpo.

Al final, me di cuenta que me deseaba más que yo a él, que estaba viviendo su sueño y que este juego de tener y luego ceder el control, sería el más divertido de toda mi vida.

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