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Confesiones: “Engordé y soy más feliz que nunca”

Así como lo ves...

Autor: 
Mairem Del Río
iStock
13 Mar 2017
Categorías: 
Vivan las curvas
Yo amo mis curvas

Muchas mujeres dejamos pasamos los mejores años de nuestra vida obsesionadas con nuestros cuerpos, estamos dispuestas a sacrificar todo sin darnos cuenta de que nos estamos perdiendo oportunidades y experiencias que no se volverán a presentar.

 

Este es el caso de Karina, quien nos reveló cómo el permitirse subir unos kilos le dio la felicidad que buscó toda la vida:

 

“A mí la pubertad me trató muy bien, pasé de ser una niña gordita a una adolescente delgada, el problema fue que para mí nunca era suficiente. Desde los 13 o 14 años mi propósito de Año Nuevo siempre era adelgazar. Como soy chaparrita (mido 1.55 m.) cada kilo se me nota al triple, entonces siempre sentía que había partes de mi cuerpo demasiado grandes: las piernas, la panza, los brazos, etc. Tenía que pesar menos de 50 kilos, me buscaba ‘gorditos’ y me obsesionaba con desaparecerlos.

 

“Desde entonces y hasta poco antes de los 30 años, mi vida giraba en torno a mi cuerpo. Creía que si era delgada y hermosa iba a poder hacer lo que quisiera: bailar, viajar, tener el mejor trabajo, etc. Además, era de esas cretinas que se burlaban de las más gorditas y a cada rato me decía ‘sólo me falta bajar 5 kilos para ser feliz’.

“Pasé mi juventud privándome de cosas. Nunca me fui a comer pizza y hamburguesas con mis amigos, rechazaba el pastel en los cumpleaños y no tomaba nada de alcohol en las fiestas, porque sólo estaba pensando en las calorías. Saliendo de la escuela mis amigos se iban a vagar, yo me iba a hacer ejercicio. El poco dinero que tenía se me iba en productos milagro, suplementos y en la mensualidad del gym.

 

“Cada vez que comía helado o papas fritas me daba una culpa tremenda y lo compensaba haciendo más ejercicio o comiendo menos después. Nunca tuve un trastorno alimenticio como tal, pero sí vivía a dieta. Tenía horarios específicos para comer y me aseguraba de que cada comida fuera sana y ‘balanceada’, según yo. Tenía una calculadora mental que traducía cada comida en calorías y después hacía la cuenta de cuánto ejercicio tenía que hacer para quemar esa comida y un poco más, ¡era enfermo!

 

“Cuando tenía unos 27 años, una crisis existencial me llevó al psicólogo y ahí me di cuenta de lo mal que estaba. La realidad es que no era feliz, que mi talla y mi peso por sí mismos nunca me iban a dar una vida plena.

 

“Con mucho esfuerzo comencé a comer más cosas y obvio eso me hizo engordar, ahorita peso 65 kilos. Lo más sorprendente es que esos kilos extra me dieron lo que más anhelaba: libertad.

“Ya no tenía que dedicar cada minuto de mi vida a cuidarme, podía comer lo que se me antojara, en cualquier lugar a cualquier hora, salir de copas con mis amigos, saltarme el gimnasio un par de días, irme de viaje y disfrutar la vida sin sentir que el mundo se iba a acabar sólo por aumentar una talla.

 

No es que la gordura me haga feliz en sí, pero vivo más tranquila, me siento mejor que nunca porque ya no tengo deficiencias nutricionales (mi cuerpo en verdad necesitaba grasa y carbohidratos), y soy más libre que nunca. No se trata de llegar a la obesidad mórbida, pero por fin entendí que un par de rollitos no definen mi vida, que puedo ser feliz aunque no sea talla cero.

 

¿Hombres? Los tuve de flaca y los tengo de gorda, eso no cambió. Lo que sí cambió fue el tipo de chicos que se me acercan. Antes había más ‘mirreyes’ en mi lista, tipos que sólo me buscaban por mi look y que estaban tan enfermitos como yo. Ahora salgo con chavos más inteligentes, sensibles y que me quieren por mi forma de ser y no por cómo me veo, aunque todavía me veo bastante bien.

“Amo pasar mi tiempo libre leyendo, cocinando, haciendo manualidades o simplemente tendida en el sillón viendo series, en vez de matarme en el gym. Amo ver a mis amigos, salir con mi familia y tener un trabajo que me apasiona. Obvio todavía me cuido, pero leve y por salud, lo normal.

 

“Si pudiera platicar con la Karina adolescente le diría que por favor disfrute la vida, que se coma esa pizza, que salga de fiesta, que vague sin rumbo y que invierta todo ese tiempo, dinero y energía en ser feliz, en vez de torturarse cada día, porque la felicidad es posible a los 40 kilos, a los 65 o a los 100”.

 

 

 

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