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Revista Veintitantos

Solo hoy

De la fantasía a la realidad

Relato erótico en la oficina
Shutterstock
03/05/2018 | Autor: Caperuza Roja
Pasión y Sexo / Confiésate
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Una mañana cualquiera, de esas que necesitas una ducha tibia para despertarte pero es en realidad el agua fría la que eriza tu piel y en mi caso, me hizo acordarme de él. 
El frío sobre mi piel desnuda me llevó a acordarme de mi jefe, ese hombre sexy y maduro que dobla mi edad. 
Imaginé sus dedos rozando mi piel, provocando que cada vello de mi cuerpo se erizara aun más. No puedo sacarlo de mi mente, sobre todo porque cada mañana sé que en pocas horas lo volveré a ver, tan lejano, tan prohibido. Solo cruzaríamos una mirada tal vez, pero ahí en la regadera con el agua caliente escurriendo sobre mis senos desnudos imaginé su mirada profunda. 
Decidí tocarme tan profundamente como si él lo estuviera haciendo, sentí ese calor ardiente dentro de mí, ese bochorno que se formaba profundo y que subía poco a poco hasta sentir mis mejillas calientes, cerré de pronto la llave de la ducha y corrí a vestirme. 
La urgencia de los asuntos cotidianos que resolver y el aroma del café borraron las imágenes de mi mente de esa mañana. 
Ya en la oficina, él convocó a una reunión. Acudí a la sala de juntas y ahí estaba él, en la puerta de cristal, distraído charlando con su secretaria. 
Lo saludé en la entrada de la sala de juntas, al rozar su mejilla pude sentir su barba y su mano en mi cintura, su nariz oliendo mi perfume, podríamos mantenernos así por un largo instante. 
Él se sentó frente a mi, iniciaron las bromas típicas de oficina y comenzó a darnos instrucciones y el plan de trabajo del siguiente año. Trataba de prestar atención, pero sentía su mirada profunda y me di cuenta que cuando alguien más hablaba, no prestaba atención, solo estaba mirándome. 
Nuestros ojos se cruzaron por un segundo, y en eso recordé mi ducha de esa mañana. Volví a sentir ese calor que arde, apreté mis piernas y mordí mi labio. Sé que él lo notó y yo sentía su deseo. 
Más tarde, un amigo me invitó a celebrar el cumpleaños del jefe ese mismo día por la tarde. Solo sería con unos cuantos amigos en un bar cercano. No estaba segura de ir, no sabía que pasaría después del calor de unas copas, tal vez seria mejor irme a casa y ahogar mis deseos sola. 
Finalmente, terminé sentada en la mesa de ese bar con mi jefe y amigos, riendo y platicando anécdotas. Nos sentamos alejados, pero de tal forma que podíamos vernos de vez en cuando. Al final, nos despedimos todos con abrazos y él se ofreció a llevarme a casa. 
Ahí en su auto, finalmente solos, las palabras fluían y en eso me tocó la rodilla y su mano recorrió mi pierna, subiendo poco a poco hasta encontrarse bajo mi falda. Como primer instinto, crucé mis piernas para evitar el avance de su mano, pero no la quité porque también quería que permanecería ahí. 
Llegamos a mi casa y me dijo que solo necesitaba un beso. Accedí. Entonces su lengua tocó la mía y se entrelazaron dulce y luego salvajemente, sus manos apretaban con fuerza mis piernas, y yo sus brazos. Recuerdo el aroma de su cuerpo, mi mano pasó por su entrepierna y lo sentí tan firme, tan deseoso de mi, que me fue imposible detenerme. Él volvió a encender el auto y fuimos a dar un paseo. 

Manejó por unos minutos en silencio hasta que me dijo que solo quería un momento para estar juntos los dos. Llegamos a una cabaña en la que me apresuré a cerrar las cortinas. Él se paró detrás de mí, me acarició el cabello y me quitó el abrigo. Me puse frente a él y me quité el vestido. Toqué su pecho y desabotoné su camisa, mientras él besaba mi cuello. Me dijo que tenía muchas ganas de besarme, cerré mis ojos en espera de sus labios, pero su lengua no llegó a mi boca paso lenta sobre mi cuerpo hasta llegar a mi sexo y entendí que era ahí donde él ansiaba besarme. Mis manos se enredaron en su cabello, lo atraje hacia mí hasta que sus ojos estuvieron frente a los míos entonces sentí su pene dentro de mí y gemí de placer al sentirlo. Recuerdo su mirada en ese instante y me perdí en sus ojos.

Pasaron las horas entre abrazos, caricias y besos. Llevábamos tanto tiempo reprimiéndonos que tuvimos que hacerlo varias veces para satisfacer nuestro deseo. 

Me levanté y comencé a vestirme. Sentí sus manos en mi cadera que subieron suaves hasta mis senos, me atrajo hacia él, colocó su mano sobre la mía y me guió para que me tocara, de tal forma que él presenciaba un espectáculo de mí, sumida en mi propio placer, hasta que lo invite a formar parte de él. 

Cuando empezó a aparecer el sol, me acercó el abrigo y me ayudó a ponérmelo. Me dejó en mi casa donde se despidió con un beso en la mejilla y solo me dijo: ¡te quiero mi niña! 

Al día siguiente en el bullicio de la oficina sólo cruzamos una mirada lejana.
 

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