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Lujuria Rincón Erótico

Lujuria

"Movía mis caderas al ritmo que el placer me marcaba, arañaba su espalda, mordisqueaba su cuello, sus orejas y enredaba mi lengua con la suya"

04/07/2019 | Autor: Rincón Erótico
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Era la tercera semana que estaba ahí. Su estilo me llamaba muchísimo la atención porque era justo lo que a mí me encantaba: los pantalones rotos, unos tenis viejísimos y el cabello en rastas. Admito que los pandras tienen un encanto muy especial y más él, me pareció muy atractivo desde que lo vi en la entrada del café en el que trabajo. La rutina se repetía cada mañana: entraba, tomaba el periódico, se sentaba en la mesa junto a la ventana del frente y pedía té chai.

Tomaba la taza con ambas manos para deleitarse con el dulce aroma que emanaba de ella, tal parecía que evocaba imágenes que le recordaban algo… o alguien. Me acercaba a dejarle su orden y trataba de no importunarlo más de la cuenta, aunque no podía evitar imaginarlo desnudo. Pocas veces algún cliente me llama la atención de esa manera, pero él tenía un aire distinto.

 

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Pensé que sería un soñador o algo así pero ¡qué equivocada estaba!

Un día en que le llevaba su té chai, noté que dibujaba algo en un block, al acercarme comprobé que eran unos dibujos muy explícitos: parejas haciendo el amor. Me puse tan nerviosa que él volteó a verme:

-“¿No te gustaron mis dibujos?”-, me preguntó con una sonrisa encantadora.

-“Sí, claro… son muy bonitos”-, respondí, reponiéndome de la sorpresa.

-“Menos mal, es que no soy muy bueno dibujando”-, afirmó mientras pasaba rápidamente las hojas con su pulgar.

-“Eso no es cierto, son excelentes”-, le aseguré devolviéndole la sonrisa.

-“Gracias por tus comentarios… soy Óscar”-, se presentó estirando la mano.

-“Mireya, un placer conocerte”-, dije. 

Después de ese día, Óscar siempre llegaba directamente al mostrador conmigo y me pedía su té, luego hablábamos de cosas sin importancia y él se iba a su mesa predilecta a dibujar o a leer. 

Me la pasaba coqueteándole de una forma muy sutil, no quería que se asustara con mi actitud, Óscar no daba señales claras de querer algo conmigo, sin embargo, yo no podía dejar de pensar en sus ojos verdes, su mentón cuadrado y sus labios carnosos. Incluso tuve un sueño tan vívido que moría porque se convirtiera en realidad: Óscar y yo comenzábamos a besarnos con desespero y terminábamos teniendo sexo en todas las posturas que yo había visto en sus dibujos del block, esas imágenes se mezclaban en mi mente y me perturbaba imaginar, tocar y saborear su cuerpo desnudo. Desperté eufórica y con el corazón palpitándome a mil por hora.  

Lujuria 1

 

A partir de ese momento comencé a planear cómo sería un encuentro sexual con Óscar en la vida real, quería besarlo, despojarlo de su ropa y terminar desnudos en mi cama. Me inventaba diferentes escenarios, posibles horas y hasta el número de encuentros que sucederían en una noche. Quería que me poseyera, que me dijera muchas cosas al oído: que me hiciera vibrar.

Él me provocaba muchas emociones, me aceleraba el pulso con sólo verlo y mi lujuria se desbordaba. Tenía que ser para mí, y pronto.

A las cuatro semanas ya me había acostumbrado a él, a su olor, a su presencia y a su rutina. No tenía idea de dónde vivía, no sabía más que su nombre y eso me bastaba para que el deseo creciera en mí. Toda una tarde después de que él se fue me la pasé maquinando la manera de cómo acercarme a él para lanzarme de una vez por todas. Lo había casi planeado todo cuando me cambiaron de turno a la noche.

El plan se me derrumbó porque por una semana no supe nada de Óscar, yo llegaba a las 5 de la tarde y salía casi a medianoche, además no tenía tiempo de platicar con la compañera que me reemplazó en mi antiguo turno, así que no tenía manera de echar a andar mi plan.

Ya me había hecho a la idea pero mi suerte cambió. Estaba a punto de cerrar el café cuando empezó a llover, había sido una de esas tardes muy flojas, los clientes habituales no se habían presentado y la granizada que cayó no favorecía en nada. Empecé a recoger las sillas sobre las mesas, a limpiar el mostrador y a guardar las azucareras cuando un chico empapado entró en el café. Estaba a punto de decirle que ya había cerrado cuando se quitó la chamarra de piel que cubría su cabeza de la implacable lluvia: era Óscar.

-“Hola Mireya, ¿me das asilo un rato? Afuera se está cayendo el cielo”-, dijo mientras intentaba secarse un poco con las manos.

Sus incipientes rastas estaban salpicadas de agua, la camisa azul que traía bajo la chamarra se le pegaba como una segunda piel y los pantalones color arena estaban sucios de lodo al igual que sus botas.

Por poco me da un infarto cuando se entreabrió la camisa, de su pecho firme sacó unos papeles húmedos: eran sus dibujos.

-“¿Tienes un lugar para poder secarlos?”-, dijo con voz casi suplicante.

-“Claro, ven los pongo un ratito junto a la cafetera”-, le dije mientras estiraba la mano.

Llevé los dibujos y repasé uno por uno, en ellos había de todo: una pareja haciéndolo estilo perrito, otra de misionero, ella encima de él, ella de espaldas, él sentado y ella de frente… eran por lo menos veinte. No pude evitar imaginarme que en todos éramos él y yo haciendo el amor. Supongo que me tardé un poco más de la cuenta porque no me percaté cuando Óscar estaba atrás de mí.

-“¿Crees que sí se sequen?”-, dijo mientras veía los que yo colocaba cerca de la cafetera.

-“Sí, seguro… sólo que son demasiados, ¿no importa que se tarden?”-, le pregunté con interés.

-“No, no importa, sirve que deja de llover”-, me sonrió.

-“Sí, ¿verdad?"

-“Por cierto, ¿cuál te gusta más? Todos los ves con mucha curiosidad”-, comentó.

-“Todos me encantan… me fascinan los trazos… y las posturas, pero ésta en especial es sensacional”-, contesté con énfasis mientras le señalaba uno en el que la chica aprisionaba con sus piernas al hombre que la poseía, mientras él la sostenía en sus brazos. 

Óscar sólo sonrió con malicia y me ayudó a terminar de colocar los dibujos en la mesa, cada que él tomaba uno me ponía a soñar que me sugería practicar esa posición. Casi por instinto y después de verlo tiritar de frío le sugerí que se quitara la chamarra. Él me hizo caso.

La camisa también estaba empapada, así que le ofrecí una camiseta de los uniformes nuevos que guardábamos en la bodega. 

-“Espérame, voy por ella”-, le dije sin pensar que ésa era la oportunidad perfecta.

-“Te acompaño”-, me respondió.

Caminamos casi en silencio por el estrecho pasillo hasta la diminuta bodega, encendí la luz y busqué las camisetas. Sentirlo tan cerca hizo que mi respiración se hiciera más rápida, que las piernas me temblaran y que comenzara a excitarme, me estaban pasando las mismas sensaciones que en mi sueño. Óscar notó mi nerviosismo porque mis movimientos eran torpes y la tensión sexual crecía a cada instante.

Él se acercó a ayudarme y quedamos de frente. Justo ahí mi libido se disparó.

Mis dedos recorrieron su cara, sus labios y busqué su pecho que se develaba a través de la camisa desabrochada.

Óscar me tomó de la cintura, comenzó a recorrer mis nalgas y a acercarme a su pelvis. Eso era lo único que faltaba para que la lujuria se apoderara de mí: le arranqué de un tirón los pocos botones que le quedaban a la camisa y busqué frenéticamente su cinturón.

Comencé a besarlo, a hundir mi lengua en su boca, le mordía los labios y pegaba mis senos a su torso. Él me correspondió despojándome de la playera y desabrochando mi pantalón. Introdujo una mano hasta toparse con mi pubis. Hizo a un lado mi panty y con habilidad acariciaba mi clítoris. Me tomó la mano y la llevo a su pene: quería que sintiera su dureza, su imponente tamaño y lo caliente que estaba.

Lujuria 2

 

 

Apoyé una de mis piernas en un estante, él me quitó el pantalón, sacó su miembro firme por el zipper y me penetró. Comenzamos a gemir, a balancearnos, a disfrutar… como pudo Óscar me levantó y pegó mi espalda a la pared, enrosqué mis piernas en su cintura y la penetración se hizo más profunda. Era precisamente la postura que más me había gustado de sus dibujos. 

-“Moría de ganas de hacerlo contigo”-, me dijo entre gemidos.

Yo le respondí con más intensidad, con jadeos, con besos llenos de pasión. Movía mis caderas al ritmo que el placer me marcaba, arañaba su espalda, mordisqueaba su cuello, sus orejas y enredaba mi lengua con la suya.

El gozo era inmenso, él se movía con un ritmo que me enloquecía, mientras sus brazos sostenían mis nalgas. A veces me acariciaba los senos, besaba mis pezones y luego volvía a mi boca. Encontramos una pequeña repisa y ahí me colocó con delicadeza. Recargué las manos hacia atrás y abrí las piernas para recibirlo de nuevo, él comprendió lo que deseaba, así que me tomó por debajo de las rodillas y en ese ángulo volvió a penetrarme. Ahora los movimientos eran más rápidos, casi sin sentido pero en un ritmo riquísimo.

Su pene entraba y salía de mí, sus testículos golpeaban suavemente la piel de mis nalgas, sus manos me recorrían el cuerpo con desesperación y pronto nuestro sudor se mezcló. Óscar comenzó a jadear, cerró los ojos y se dejó llevar por el placer, verlo así de encendido, su miembro durísimo y sus embestidas poderosas, hicieron que el orgasmo me llegara de golpe. Una explosión de retumbó en mi cabeza. Ya no escuchaba nada, sólo a lo lejos distinguía su respiración cortada y el ritmo de su corazón tratando de calmarse. Cuando todavía estaba dentro de mí, Óscar alcanzó a decir:

-“Así imaginé que te lo hacía, Mireya”.

-“Yo lo soñé muy diferente… ”

 

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