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La cuenta pendiente

La cuenta pendiente

Entraba y salía de mí a un ritmo perfecto, con cada entrada yo me humedecía más...

08/11/2018 | Autor: Valeria Rodríguez
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Julio me gustó desde el primer día de clases. Llegó tarde, abrió la puerta y entré en trance, lo vi moverse como si se tratara de una aparición, todo desapareció y sólo tenía conciencia de la existencia de ese un chico alto, delgado, de ojos claros, cabello corto y castaño, que vestía una playera gris oscura pegada al torso, de manga corta; sus brazos eran musculosos, en un segundo me imaginé siendo levantada por ese par de brazos fuertes y sensuales. 

Comenzaron las presentaciones y cuando llegó su turno una voz grave dijo el nombre más sexy del mundo: Julio.

Coqueteamos en algunas fiestas durante aquel semestre pero nunca pasó más, siempre sentí que nos había quedado una cuenta pendiente.

—¿Conoces a Julio?, me preguntó Denise cuatro semestres después.

— Sí, ¿por? Antes de decir que teníamos un asunto pendiente quise averiguar qué se traía Denise entre manos.

— El viernes, en la fiesta de Roger me tiró la onda, yo creo que vamos a andar…

En el último semestre Denise se había convertido en mi mejor amiga, aunque no estaba enterada que me gustaba Julio, a veces me parecía demasiado petulante y cuando dijo eso me lo pareció aun más. Sentí ganas de abofetearla y luego decirle que Julio jamás andaría con una estúpida que se preocupaba más por sus uñas que por pensar; sin embargo, como era mi “mejor” amiga en esa época dije:

— Orale que chido, se ve buen tipo… si te late, vas.

Usando su clásica estrategia de “te juro que en la cama soy la mejor”, que me había chutado en dos semestres, Denise consiguió salir con Julio un par de fines de semana, o al menos eso dijo, porque en la escuela no hablaban más que lo normal. Si ya sé que están pensando que soy un poco perra, tal vez, pero lo juro: frente a mí, Julio jamás la trato “diferente”. Llegué a pensar que lo estaba inventando. Sin embargo, tenía como prueba algunos mensajes y llamadas al celular que corroboraban que se veían fuera de la escuela.

Ciertamente mi ego se hirió en cuanto vi que Denise iba logrando su propósito, había días que me parecía insoportable escucharla hablar de él y describirme lo rico que besaba, lo delicioso que se sentían sus manos buscándole los senos o las nalgas… 

Un miércoles me llegó con la noticia de que el fin de semana por fin se acostarían. Ella lo tenía todo calculado. Ardí en furia.  

Creo que por eso esa noche soñé que volvía al primer día de clases… me veía caminando por el pasillo del edificio. Veía la puerta del salón y rogaba que el profesor estuviera distraído, abría la puerta y sin mirar al escritorio me dirigía apresuradamente a buscar una butaca vacía mirando hacía el piso para evitarme la recriminación del profesor. Entre mi prisa, mi mano golpeaba la de alguien más, levanté la vista y era Julio, quien me sonreía de un modo muy extraño, me detenía en seco cuando al abrir mi campo visual me daba cuenta que tenía el torso desnudo, no tenía más que jeans. Todavía no salía de mi asombro cuando al mirar al resto de mis compañeros me daba cuenta que estaba rodeada de hombres, unos conocidos, otros no; y ellos también tenían el torso desnudo. Mi asombro se terminó y comencé a excitarme. Julio me tomaba de la mano y me hacía tocarlo, estaba caliente, me sentí húmeda enseguida, con el sexo palpitante y deseoso del suyo. Se levantó del asiento y me rodeó con sus brazos, haciéndome sentir su miembro abultado bajo sus jeans, me desperté enardecida. 

El viernes varios compañeros nos fuimos de antro, Denise iba a prepararse para su magno fin de semana. Los astros se alinearon y más tarde llegó Julio. El corazón me latía tan fuerte que lo sentía en la garganta. 

Gran parte de la velada transcurrió normalmente, simulando casualidad poco a poco me fui acercando a él, hacía el final de la fiesta nos quedamos platicando entre nosotros. Ya en la salida me dijo:

— Pues vámonos juntos, quedamos por el rumbo ¿no?

Acepté. Llegó el taxi, nos subimos y el dio las indicaciones. Se acomodó muy cerca de mí y pasó el brazo por detrás del asiento, por encima de mi espalda. Platicamos un par de trivialidades y en el siguiente semáforo se acercó y me besó. 

Hubo química inmediatamente, nuestros labios se acomodaron a la perfección, en efecto, besaba delicioso y sentir sus manos recorriendo mi cintura y buscando discretamente mis senos, pasando apenas las manos encima de ellos era absolutamente provocador. Los siguientes veinte minutos nos besamos sin parar, olvidándonos del taxista y del rumbo. Finalmente Julio se incorporó y le pidió que nos dejara en la siguiente esquina, nos bajamos del taxi, me tomó de la mano, cruzamos la calle y entramos a un hotel.

Con el mismo dominio con el que había entrado al salón aquel primer día me llevó adentro, pidió una habitación y me dirigió a ella. En cuanto se cerró el elevador comenzó a besarme nuevamente, ahora pegando su cuerpo al mío, recordé mi sueño, pero definitivamente la realidad superaba mi excitación. En la habitación me desnudó de prisa, en cuanto me quitó la última prenda comenzó a desvestirse él. Me encantó verlo desnudo, su cuerpo era firme y fuerte, su piel tersa, pálida y tibia me provocaban ganas de besarlo y acariciarlo interminablemente.

De pie nos besamos, explorando con nuestras manos cuanto podíamos del resto de nuestro cuerpo, nuestros sexos ahí de frente comenzaron a necesitarse, sentía como le crecía a él y yo me sentía urgida por metérmelo entre las piernas.  

Me tomó por los hombros y me dio la vuelta, me llevó a un extremo de la cama y me obligó agacharme. Abrí las piernas para esperarlo.

Me penetró como si hubiera sido para siempre, decididamente, de una sola vez lo más profundo que pudo, era al mismo tiempo dolor y placer, o quizá el dolor llegaba y se iba de golpe al mismo tiempo que el placer llegaba para quedarse y expandirse. Gemí secamente. Se quedó quieto, mientras yo me arqueaba la columna, el vientre y la vagina. Volvía a hacerlo y entonces comenzó a moverse, entraba y salía de mí a un ritmo perfecto, con cada entrada yo me humedecía más.

El percibir como mi sexo y mis nalgas se abrían para él me excitaba especialmente, incluso abrí más las piernas, me provocaba sentirme expuesta… ofrecida… experta… bitch… un poco golfa… o mucho.

— No sabes las ganas que tenía de que me dieras así— le dije.

— Desde el primer día quería hacértelo— respondió. Y siguió embistiéndome con fuerza y cadencia.

Sin decirme nada, me tomó de la cintura para levantarme, darme la vuelta y recostarme sobre la  espalda, me dejó en la orilla de la cama y me levantó las piernas hasta ponerlas sobre sus hombros.

— Déjame ver como entra— sentí enormes deseos de ver su miembro erecto y caliente entrando en mí.

— ¿Te gusta?-, dijo con una sonrisa que delataba que se había puesto más hot todavía, se separó un poco para que viera y me penetró muy despacio un par de veces. Su pene se veía apetitoso, disfruté de la vista como si desfilara ante mí el mejor platillo del mundo, estaba embelesada y mi boca realmente sentía deseo probarlo.

— Sí, me gusta como te la pongo y como me llega hasta dentro. 

— Me encanta que seas así de caliente-, su declaración la acompañó de un apretón en mis nalgas y una arremetida más adentro.

— Y a mí me encanta ponerme caliente contigo. Métemela más, está deliciosa.

Sin dejar de mirarnos, sus embestidas se hicieron más rápidas, no demasiado, simplemente tenían el ritmo perfecto. Tenía un gesto casi de poseído, había una lujuria especial, no recuerdo haber estado tan ardiente, no quería que parara, en mi mente repetía una y otra vez “métemela, métemela…”, yo también me sentía como una poseída. 

Luego de haberle dejado el control ahora quería tomarlo yo.

— Quiero cambiar.

Se detuvo en seco y tras agarrarme las tetas y chuparme los pezones un par de veces, me preguntó qué se me antojaba.

— Acuéstate–, le dije. Lo recosté y me monté sobre él, le tomé el miembro y me lo metí, comencé a moverme saboreando la sensación de tenerlo dentro de mí, no quería sacarlo en toda la noche. 

— Me gusta cómo te mueves. 

Ni siquiera pude responderle, estaba inmersa en un placer que nunca antes había sentido, me sentía capaz de hacer cualquier cosa por mantener aquella calentura. Pensar que estaba haciendo algo políticamente incorrecto, malo, prohibido me prendía más… o tal vez lo que me prendía era que se lo estaba haciendo precisamente a Denise. Sí, ya lo sé una verdadera perrada pero me estaba sabiendo suculento. 

Comencé a sentir un hormigueo que me venía desde dentro, inició como unas pocas chispas y poco a poco se fue haciendo una explosión incontenible, me balancee con más fuerza sobre la pelvis de Julio.

— Me voy a venir—, me dijo casi con susto.

— Yo también, hagámoslo juntos…, no quiero que te salgas… házmelo muy rico.

— Te lo voy a meter hasta dentro y te voy a hacer el mejor orgasmo de tu vida—, su rostro tenía un gesto desencajado y ardiente, nunca antes me gustó tanto. 

Nos olvidamos de hablar porque comenzamos a gemir incontrolablemente. Nunca había sentido mi cuerpo tan caliente. Me incliné para besarlo y enseguida le levanté la cabeza para que me besara los pezones.

— Muérdelos–, le ordené mientras me venía deliciosamente. Su mordida/chupada se fundió con un gemido cachondísimo que tampoco pudo controlar mientras eyaculaba. Sentirme mojada por su semen me hizo tener un orgasmo mayor. Verlo dominado de placer, de lujuria, ahí conmigo; me hizo sentir colmada y embriagada de sensualidad.

Estábamos exhaustos pero no dejábamos de besarnos y tocarnos. Me dijo que yo le gustaba también desde el primer semestre, bromeamos, neteamos, coincidió con que teníamos una deuda y estaba saldada. 

A las 4:30 am le llegó un mensaje, tomó el celular y lo revisó frente a mí, era de Denise: “No puedo dormir ¿y tú? Ya te quiero ver, ya falta poco. Yo llevo el Kamasutra… prepárate”. Con cara de fastidio volteo a verme y enseguida apagó el celular.

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