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Veintitantos

Ensuciando el carro

“Mis gemidos aumentaban a cada minuto, así que él incrementaba el movimiento de sus dedos dentro de mí". 
Como en Titanic
Shutterstock
10/05/2018 | Autor: Anónimo
Pasión y Sexo / Confiésate
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Hacía meses que, como estaba soltera, no probaba los placeres que el sexo nos da, por lo que prácticamente, cada hombre que me hablaba generaba entre mis piernas una pequeña dosis de excitación; lo que daba paso al recuerdo de lo mucho que amo tomarlos por los hombros cuando tenemos sexo, rodear su torso con mis muslos o simplemente presionarlos con mis rodillas para elevar el placer.
Mis ojos se clavaron en la entrepierna de uno de mis compañeros de clase de la maestría, apenas y lo conocía. Pero cuando nuestras miradas se cruzaron me di cuenta que él se había percatado de cómo lo miraba, de repente la vergüenza me invadió, pero a la vez dio paso a una serie de fantasías.
Él no mostraba señales de incomodidad, al contrario, se acomodó para que mi vista fuera mejor. Pasaron unos minutos y me pregunté si de verdad estaba disfrutando que lo mirara o se sentía incómodo o, peor aún, si ni siquiera había reparado en que lo estuviera viendo. Decidí romper el hielo, ¿qué podría salir mal? Me levanté sin dejar de mirarlo a los ojos, aunque mi concentración y la humedad de mi vagina querían mirar lo que había debajo del cinturón: “¿Tienes
una calculadora que me prestes?”, dije en tono desinteresado, inclinando el cuerpo cuál adolescente. No sabía si funcionaba, pero lo hice de todos modos. “¿Alguien pasa por ti?”, respondió con otra pregunta. “No, nadie”, contesté. “Te llevo”, afirmó. 
Lo único que pude decirle fue que vivía muy lejos, que no era necesario que lo hiciera, que podía ser en otra ocasión en la que no saliéramos tan tarde de la maestría... y lo que él hizo fue indicarme dónde nos veríamos para irnos juntos. La última clase la pasé pensando cómo sería seducirlo, cómo sería dejarme seducir por un completo extraño. 
Sentí cómo mi pantaleta se humedeció nuevamente. Al terminar lo encontré fuera del aula, parado muy seguro frente a la puerta, fijando sus ojos en mí.
Caminamos hacía el estacionamiento en medio de una plática banal sobre el clima, las clases y los profesores. Me abrió la puerta del auto, mientras rozaba con su otra mano un poco de mis nalgas, prendiendo nuevamente la idea de que necesitaba acostarme con él. De repente se orilló y me pidió una disculpa porque necesitaba orinar y, dijo, no llegaría a tiempo a ningún lado.
Se bajó del auto y se colocó prácticamente delante de él para que yo viera su grande pene salir. Mi mirada se fijó en él y sin que me diera cuenta una de mis manos estaba sobre mis senos y la otra rozaba mis muslos.
Subió al auto sin haberlo puesto dentro de su pantalón, cerró la puerta y me pidió acariciarlo, lo hice sin reparos, sin dejar de ver cómo se excitaba cada que mi mano se movía y la otra se mantenía sobre mis senos, pellizcando mis pezones. No soporté más y le dije que su pene era muy grande, que me gustaba. De inmediato sus manos se dirigieron a mis senos, hábilmente los sacó por el escote de mi blusa, comenzó a chuparlos en una combinación de pasión y ternura que me excitaba. Claramente a él también, porque de pronto sentí su semen escurrir por mi mano; la curiosidad de conocer su sabor me invadió y lamí un poco de lo que había en mis dedos.
Continuó acariciando mis senos y poco a poco fue bajando hasta mis genitales, levantando mi falda, acariciando mis muslos, tocándome por encima de mis calzones hasta el grado en que le pedí que metiera sus dedos en mi vagina. Introdujo tres dedos y los movió con tal velocidad y ritmo que puedo jurar que era bajista o guitarrista.
Mis gemidos aumentaban a cada minuto, así que él incrementaba el movimiento de sus dedos dentro de mí, hasta que no pude más y me vine en su mano, dejando que mis fluidos escurrieran por sus dedos como el caudal de un río en época de lluvias. Al parecer masturbarnos no había sido suficiente para ambos, pues me pidió que me diera la vuelta sobre el asiento de su auto. Lo hice, me agarré con firmeza del respaldo y lo reclinamos, así que quedé en cuatro. Abrí las piernas un poco para que se sintiera libre de ver en dónde iba a introducirse. Moví mis dedos hacia mi clítoris, donde encontré los suyos, ambos teníamos ganas de jugar con él... Decidí que los suyos eran los expertos para estar en esa zona, así que dirigí los míos a sus testículos, hasta que las violentas embestidas que me estaba dando no lo permitieron más.
Me tomé con firmeza del asiento y él se agarró de mis caderas con gran energía. Pasaron unos minutos y con su pulgar comenzó a presionar mi ano de forma hiper placentera, pero una parte de mí sabía que no estaba lista para me penetrara, así que intenté quitarlo con mi mano, sin decir una sola palabra. El forcejeo que tuvo lugar nos calentó aún más y ambos comenzamos a movernos violenta pero apasionadamente en el coche. Él se vino dentro de mí. Le pedí que siguiera porque yo no había terminado aún, y así lo hizo, siguió embistiéndome y estimulando mi clítoris con pequeños movimientos circulares hasta que nuevamente, sentí mis fluidos derramarse, pero esta vez por mis piernas, las cuales se doblaron.
Mi espalda se arqueó en espasmos. Me dejé llevar y tuve uno de los orgasmos más largos de mi vida. Cuando se salió por completo de mí comenzó a limpiar su auto con pañuelos. Yo, por mi parte, me subí las pantis, me limpié la cara, tomé mi bolsa y me salí. No habíamos avanzado mucho así que un par de metros después encontré mi auto. A diario me lo encuentro en clase, yo lo ignoro pero claramente él quiere volver a ensuciar su carro conmigo.
A él no lo necesito, la verdad, con que me desee basta y sobra.
 
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