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Revista Veintitantos

Delicioso encuentro

"El vecino, cuyo nombre jamás le pregunté, comenzó a besar mi cuello y con su lengua trazó pequeños garabatos detrás de mi oreja"

Delicioso encuentro
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25/04/2019 | Autor: Rincón Erótico
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Me embistió con fuerza una vez más y mi cabeza golpeó la cabecera de la cama.

Me tenía inclinada boca abajo, en cuatro, y me penetraba con un ritmo que aceleraba de manera constante. Sentía que cada vez estaba más cerca de alcanzar el climax. Entonces, se inclinó sobre mi espalda, le dio un beso intenso y explotó dentro de mí.

 

Con Carlos era siempre un encuentro exitoso, el free perfecto. Teníamos una facilidad para conectar en la cama sin necesidad de intercambiar sentimientos que con pocos hombres había logrado antes. Con él era sólo sexo y eso me excitaba. Porque era un sexo increíble y, a veces, hasta divertido y un tanto kinky... como el de esa noche.

-"Oye, ¿no tienes hambre?", me preguntó mientras su cabeza descansaba sobre mis senos y ambos recuperábamos el aire.

Nos vestimos y en unos minutos salimos a la tienda de 24 horas que está a una cuadra de mi depa. 

Era tarde ya, tal vez la una de la mañana, la calle estaba en silencio y la misma quietud se sentía en el estacionamiento de mi torre de departamentos cuando regresamos. A esa hora, las luces ya estaban apagadas, sólo la luz de la luna que entraba por una de las ventanas del sótano nos alumbraba un poco, creando sombras entre los autos ya guardados ahí abajo.

Caminamos entre ellos en silencio, cuando de repente sentí cómo Carlos tomó mi cintura por atrás y me presionó sobre uno de los autos. Bajó mis pantalones con un sólo movimiento. No llevaba ropa interior, lo cual le facilitó la tarea de introducir su miembro erecto en el primer intento. 

Mis pezones, sensibles al frío de la carrocería, aumentaban mi excitación.

Temía que alguien entrara y nos viera, pero la oscuridad era tanta que apenas rescataba la silueta de Carlos penetrándome por atrás.

Pero podía sentir perfectamente sus manos, acariciando mis hombros, mi espalda, tomando con determinación mi cadera y empujándola hacia él cada que vez que sacaba y metía su pene entre mis piernas.

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De nuevo, comenzó a acelerar el ritmo de sus movimientos. Estaba concentrada en el contacto de su piel contra la mía y el frio en mis pezones, la adrenalina era tal que no importaba nada más.

Por eso me sorprendió tanto cuando escuché una voz grave tan cerca de nosotros.

-¿Quién anda ahí?, preguntó un hombre. 

Apenas alcanzamos a vestirnos, pero se notaba desarreglada nuestra ropa cuando la silueta se acercó a nosotros.

No lo reconocí al principio, pero cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude identificar su rostro. Lo había visto varías veces en la entrada de mi edificio. Le decíamos el argentino. Tenía los ojos claros y el cabello castaño y siempre desarreglado. Parecía tener unos 38, o tal vez 40 años, pero se veía cuidado, como deportista. Nadie sabía nada más de él.

Se acercó a nosotros y yo temía que pudiera adivinar lo que estábamos haciendo, que me fuera acusar con la administración o algo así. Era obvio que no estaría muy bien visto estar haciendo este tipo de cosas en el estacionamiento.

La bolsa con comida estaba en el piso, mi blusa a medio abrochar y el cierre de los jeans de Carlos abierto.

Pero lo que dijo el vecino después jamás lo esperé.

-"Aquí hace frío, vamos a mi departamento".

Más que una invitación, sonó como una instrucción o hasta una orden.

De inmediato, Carlos me tomó de la cintura, como marcando territorio y rechazó la invitación, pero había algo en la voz de este misterioso personaje que me atraía. Era imperativo, seguro de sí, nunca me había topado con una personalidad tan misteriosa como esa.

-"Yo sí voy", le dije a Carlos, alejándome de su cuerpo. 

Recogí la bolsa y seguí a mi vecino, como hipnotizada.

Sabía que estaba dejando a Carlos ahí barado y no me siento orgullosa de mi decisión, pero tenía que saber... No sé. No sé qué me hizo elegir al vecino, pero les adelantó que valió la pena.

Subimos al piso 7, departamento 703. 

El vecino, cuyo nombre jamás le pregunté, comenzó a besar mi cuello y con su lengua trazó pequeños garabatos detrás de mi oreja. 

Yo utilicé mis manos para conocer su cuerpo, desabotoné su camisa y encontré un pecho fuerte, sus hombros eran rectos y su espalda marcada, como la de un nadador. 

Él se deshizo de mi blusa y encontró mis senos, los besó un rato y mordió mis pezones. Después yo comencé a morderlo por todas partes. Pequeños mordizcos en los lóbulos de su oreja, el cuello, alrededor de su ombligo, los brazos. Me sedujo su sabor amargo; era adictivo. Bajé a su pene y lo recorrí con mi lengua suavemente hasta la punta. Me quedé ahí un rato, memorizándome su textura, su grosor y su sabor.

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Después de dejarme probar cada centímetro de su piel, me tomó de la cintura y me subió a la mesa del comedor. 

-"Quédate ahí", me ordenó, "ya me dio hambre".

Abrió su refeigerador y sin voltear a verme ordenó de nuevo: 

-"Cierra los ojos".

A partir de ahí, yo ya sólo escuchaba y sentía.

Reconocí sus pasos acercándose a mí y, después, cómo un líquido frío caía sobre mi vientre, mis senos y mis pezones.

Reconocí el olor a chocolate de inmediato.

Con su lengua comenzó a recorrer el dulce camino que creó sobre mi cuerpo. Los vellitos de mi cuerpo se levantaron. La experiencia estaba volviendo mi piel ultra sensible. Podía sentir la punta de su lengua, la madera en mi espalda, la brisa de la ventana medio abierta.

De mi vientre, su boca se siguió a mi entrepierna y su lengua llegó a la entrada de mi vagina. No tardó en encontrar mi clítoris y en hacer que temblara de placer. Me lamía como un niño disfruta un dulce prohibido.

Levantó mis piernas y las separó en el aire, sujetó mis tobillos y se introdujo todo dentro de mí.

Sabía perfectamente cómo moverse, su pene lograba estimularme cada vez que entraba y salía.

Lo único que yo podía hacer era sostenerme de la mesa y retorcerme de placer. Trataba de no hacer mucho ruido, restringía mis gemidos e intentaba no gritar para no despertar al resto de los inquilinos en los departamentos aledaños. Era de madrugada, pero yo estaba más despierta que nunca.

Sin dejar de sacudirme con el movimiento de cada penetración, él comenzó a cosquillear mis tobillos con su lengua, besar mis talones y los dedos de mis pies.

Su hambre era insaciable y la mía por él también.

Nos comimos mutuamente en la barra de la cocina, el sofá a lado de la televisión, adentro de la regadera y acabamos una vez más sobre la mesa del comedor.

Estuvimos así hasta que el amanecer nos despertó de nuestra locura. 

Satisfecha, me despedí de él con un beso en la mejilla. Él sonrió y me acompañó a su puerta. No fueron necesarias las palabras.

Nos hemos topado un par de veces desde entonces, en el estacionamiento y en el elevador, pero siempre hay alguien más al mismo tiempo, algún otro vecino que nos obliga a mantener el silencio, sonreirnos mutuamente y guiñarnos el ojo.

Aunque recuerdo de memoria el número de su departamento, he preferido no investigar su nombre. Me excita el misterio de no saber nada de él, supongo que eso fue lo que me hipnotizó desde el principio. 

No lo he vuelto a buscar, pero ganas no me faltan. Yo creo que me lo estoy guardando... para el antojo.

 

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