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Testimonio: Así se vive un colapso por estrés

A veces la tensión es tanta que nos hace llegar al límite...

Autor: 
Mairem del Río
Istock
07 Abr 2017

Categorías: 
Autoestima
Testimoniales

Con el ritmo de vida que llevamos en las grandes urbes, el estrés es parte de nuestra vida cotidiana, algo así como un molesto compañero que está ahí todo el tiempo para hacernos sentir mal. Casi siempre podemos hacerle frente, buscando espacios para relajarnos con pasatiempos o descansando, pero a veces la tensión es tanta que nos hace colapsar.

 

Justo eso le ocurrió a Laura, una chica de 27 años que lo dejó todo después de terminar en el hospital debido a un colapso por estrés extremo. Aquí su experiencia:

“No sé exactamente cuándo comenzó el problema, siempre he sido muy exigente conmigo misma, desde la escuela. Nunca faltaba a clases, entregaba todas mis tareas, sacaba exámenes excelente, etc. la cosa es que esa exigencia la llevé también a mi vida laboral.

 

“Cuando empecé trabajar me esforcé mucho por ser la mejor, ya sabes: llegaba súper temprano, me quedaba horas extra, aceptaba más trabajo del que me tocaba, a veces no salía a comer… Mi trabajo tenía que ser perfecto, porque quería crecer rápido. Y eso me cobró factura.

 

 

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“Hace como un año me dieron una súper oportunidad en una empresa donde siempre quise trabajar. Además del sueldo y los bonos, yo quería ganarme el respeto de todos y hacerme indispensable, por eso empecé a hacer todo lo que te dije, además de trabajar hasta 20 horas al día, comer pésimo, fumarme hasta una cajetilla de cigarros al día, tomar demasiado café, bebidas energéticas y antiácidos como loca. Y la verdad no sé si el trabajo lo requería o era solo yo presionándome a lo tonto.

 

“Mi cuerpo no aguantó ni seis meses y simplemente colapsé. De pronto se me empezó a caer el cabello, mi piel se resecó y al mismo tiempo me salieron barros, las uñas se me rompían, me dolía la espalda, las piernas y todas las articulaciones. Me dio gastritis, colitis, gripa, tos, ¡la garganta se me cerraba de la nada! Empecé a engordar porque comía cualquier chatarra nada más para tener calorías y seguir trabajando. Me veía pálida y ojerosa, y más de una vez estuve a punto de desmayarme de cansancio en el escritorio.

 

“Además de todos los problemas físicos, estaba obvio lo anímico. Lo primero fueron los síntomas de depresión, ya sabes, estaba triste y enojada todo el tiempo, todo me molestaba, no quería salir a ningún lado (bueno, tampoco tenía mucho tiempo para hacerlo), no quería ver a nadie ni platicar, solo dormir. Lloraba de la nada y en las noches, aunque estaba muerta de cansancio, me daba insomnio.

 

“También hubo ataques de pánico y ansiedad, a veces me despertaba a media noche preocupada por trabajo, tenía pesadillas de no entregar mis reportes a tiempo y esas cosas, ¡parecía una loca!

 

 

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“Un día de plano me desmayé de camino a la oficina y acabé en el hospital. Los médicos coincidieron en que todo era producto del estrés y la mala vida, y hasta se sorprendieron de que aguantara tanto en esas condiciones. En cuanto me dieron de alta fui a hablar con mi jefe y renuncié.

 

“Afortunadamente aún vivía con mis papás, así que pude pasarme dos meses descansando, dormía casi todo el día, porque no era capaz de salir ni de hacer otra cosa, estaba física y mentalmente agotada, deprimida y con crisis existencial porque ¿cómo no había sido capaz de conservar el trabajo de mis sueños? Sentía que era una inútil fracasada.

 

“Poco a poco y con mucha ayuda de mi familia y mi terapeuta, empecé a retomar mis hobbies, me metí a tomar algunos cursos, volví a ver a mis amigos (porque en ese tiempo me desaparecí y nadie supo qué me pasó), y después de unos tres meses volví a sentirme otra vez yo.

 

“Estaba muy insegura de buscar trabajo, pero encontré uno que me encanta y aunque no es tan glamoroso ni bien pagado como el otro, me da tiempo de cuidarme, de comer bien y hasta de divertirme”.

 

 

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