Basta ver cómo un padre juega con su princesita de mejillas rosadas, que lo mira con admiración, y cómo cambia esa escena 10 años más tarde: cuando la niña, convertida en adolescente, busca otras rodillas sobre las que sentarse, y comparte con su papito querido cierto sufrimiento por ese cambio de amor. Aunque claro está, la complicidad perdurará, aunque se teja un nuevo vínculo de más pudor y reserva.
Obviamente, esto pasa en el mejor de los casos. Porque si la experiencia entre ambos no fue buena, esa niña convertida en mujer, tendrá cierta dificultad para armar su vida afectiva. Al menos así lo determinó una investigación que fue publicada en el 'Journal of Genetic Psychology', según la cual el padre es la mayor influencia en la vida amorosa de una mujer y en la construcción de su autoestima.
Y para afirmarlo, antes entrevistaron a 319 jóvenes mujeres que estaban cursando los últimos años de la secundaria o en los primeros de la facultad, y notaron que en todas las que se advirtió cierta aspiración romántica por el chico más popular del colegio, o algún tipo de veneración por el cantante de la banda rockera del momento, también se vislumbró la búsqueda de alguien que sea parecido a su papá. Aunque sea para odiarlo.
Construir un vínculo sano es responsabilidad de los adultos, que son también quienes no deberán soltarle la mano a la joven una vez que esta comience a tomar distancia. La mirada paterna tranquiliza en los peores momentos de crisis de la adolescencia, y es buscada por la hija en medio del peor de sus enojos. ¡A no olvidarlo, es primordial para que su hija se desarrolle emocionalmente!