Lo más loco y perturbador que podemos experimentar los solteros es sufrir los inconvenientes de la separación de una chica, con la que ni siquiera tenías una relación, aunque ella pensara lo contrario.
Y es que no importa si fuiste claro con ella en cuanto a lo que pretendías de esta relación estrictamente carnal, o si gritaste a los cuatro vientos que lo que tenían era una "amistad con derechos", si permitiste que sus sentimientos se involucraran, pagarás las consecuencias... como me ocurrió a mí.
¿Cómo terminé en una relación formal sin darme cuenta? Peor aún, ¿cómo demonios me separé por bienes mancomunados si ni siquiera vivíamos juntos? El culpable tiene cuatro patas, de inteligencia mordaz y lealtad incuestionable, raza pastor alemán mejor conocido como Juancho.
A ella, llamémosla la peor casi-relación de mi vida, la conocí en la fiesta de cumpleaños de un amigo, hicimos clic de inmediato, nos gustamos y esa misma noche dormimos juntos. La tónica de nuestra joven "amistad" siempre fue esa: el sexo.
Entre las sábanas funcionábamos maravillosamente, pero era innegable que nuestra relación estaba limitada a eso y nada más. Siempre discutíamos, cualquier pretexto era bueno para terminar a gritos el día y reconciliarnos en la cama por la noche. Siempre supe que lo nuestro no era algo sano, pero ¿a quién no les gusta el sexo de reconciliación? Esta dinámica era lo único que rescataba lo que desde un principio fue un barco encallado.
Nuestra relación tomó un tono más serio en mi cumpleaños. No sólo una, sino varias veces le conté que tenía ganas de tener un perro, y esa inquietud mía fue suficiente para que ella me regalara a Juancho.
Nombre impuesto por ella, claro está. Yo le hubiera puesto Goliat o cualquier otro más sofisticado... pero eso ya no importa. Ahora era dueño de un perro que se orinaba y mordía cualquier cosa que se le atravesara, no importa que fuera un mueble o incluso yo. Comía y vivía para ladrar y morder.
A partir de esa concesión canina, la relación se puso más seria pero también en picada: si me acompañaba a comprar películas, por ahí me enjaretaba algún título que a ella le apetecía; si compraba discos, también se colaba en mi montón un CD de sus pésimos gustos musicales, el cual tenía que pagar. Lo peor era que ni siquiera se los llevaba a su casa, todos esos artículos que me imputó estaban en la mía y cuando ella me visitaba era lo único que escuchábamos y veíamos. Después de 2 mese de ver chick flicks de poca monta y escuchar música pop, la cual odio sobre todas las cosas, llegó el momento de acabar esta tortuosa relación. Estaba tan ansioso por terminarla que un día la cité en mi casa y en cuanto entró se lo dije. Hacerlo fue relativamente sencillo, pero su reacción resultó todo lo contrario.
Nunca me pidió que lo intentáramos de nuevo, sólo demandó que le diera sus cosas: "¿Cuáles cosas?", le reproché, y claro, tuve que darle todas las películas. discos y demás tonterías que compré para que se entretuviera en mi casa.
Pero no estaba satisfecha, quería más... y ahí entró Juancho a la ecuación. Buscaba quedárselo, y obviamente yo la mandé por un tubo. Eso me costó algunas más de mis pertenencias, pero lo importante es que obtuve su custodia al finalizar las negociaciones. Es un buen perro, sigue orinándose por doquier y arruinando los muebles, aunque por lo menos a mí ya no me muerde.